Thursday, March 15, 2018

Travesuras Infantiles


     El silencio es oro a no ser que haya niños. A pesar de tener menos de siete años, había pensado que no volvería a ver a mi familia por quedarme encerrada en el salón de mi escuela con otros alumnos más. Nadie razonaba y nadie tenía cabeza para hacerlo; en ese instante todo se resumía a que la puerta del salón no se abría por el fuerte golpe que Janet le había dado al cerrarla para no dejar que Roberto entrara. Recuerdo que Adrián estaba llorando y gritando que jamás tendría una novia por quedarse encerrado. Yo, estaba sumida en mis pensamientos viendo cómo pasaba todo mientras que los que estaban afuera pensaban cómo podrían abrirla para sacarnos.
     Mi escuela era bonita, pero no tenía nada que la hiciera diferente a otras, a excepción que era una escuela católica y la directora era una monja más mala que Hitler; por ejemplo, mi tía me contaba que la directora la encerraba a ella en el salón después de clases hasta que no se aprendiera las tablas de multiplicar e Isabel le tenía un miedo terrible . Mi salón de clases tenía varias ventanas, dos grandes que dejaban ver el salón y dos pequeñas que incluso ahora desconozco su uso. Me gustaba observar desde un escalón todo lo que ocurría a mi alrededor para poco después escuchar el sonido de la campana que avisaba a los alumnos que era hora de la formación para posteriormente ir a nuestros salones.
     Era tiempo de ir a receso y muchos de mis compañeros salieron para comprar algo y jugar un rato; sin embargo, los demás y yo nos quedamos para adelantar tarea o simplemente tener un descanso. Ese día los latosos del salón estaban jugando como perros y gatos y tuve el presentimiento de que algo malo iba a pasar. Me disponía a molestar a Adrián cuando de repente escuché como la puerta se cerró e inmediatamente voltié y escuché cómo discutían Janet y Roberto como prisionero y raptor. Por un segundo, pensé que no había sido algo grave hasta que oí cómo ella dijo -La puerta no se abre- y ahí fue cuando todo se descontroló.
     Primero, todos nosotros pensamos que se había tratado de una broma, pero veíamos cómo ella trataba de abrir la puerta y no podía. La pesadilla comenzó y todos llegábamos a la conclusión de que nos moriríamos allí. La campana sonó y los demás regresaron para seguir con las clases para darse cuenta que la puerta no se abría. Ellos, por un lado, decían cosas como -Los sacaremos de ahí- o -¿Y si le decimos al conserje?-, pero misteriosamente parecía que a la maestra se la había tragado la tierra hasta tiempo después cuando la cosa se puso seria. En el salón la desesperación y las lágrimas estaban a la orden del día. Adrián parecía una pequeña niña asustada que gritaba y lloraba a pulmón abierto mientras que los demás y yo aceptamos nuestro destino despidiéndonos internamente de nuestra familia.
     Finalmente, después de que la directora regañara a la maestra y posteriormente a nosotros, le ordenó al conserje que abriera o rompiera la ventana. Fuimos liberados de nuestro encierro y regañados por perder clase y armar desorden, pero al final todo quedó como la simple anécdota de una travesura en la que inocentes tuvieron que pagar las consecuencias de dos irresponsables. Hoy en día cada vez que me acuerdo de eso me río sin control por ese momento tan infantil en el que sin querer planeé mi vida en un salón de clases. La lección que aprendí ese día y que me ha seguido siempre es “por cada acto hay una consecuencia”. El regaño de la directora al menos me sirvió para pensar antes de actuar y cuestionarme si vale la pena el castigo.

1 comment:

  1. Me encanta tu historia lizeth es muy chistosa &&' interesante.💙✨ Esta muy bien escrita y describe muchos detalles del evento.
    Me encanto!👌👌👌👌👌💙✨

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